lunes, 20 de junio de 2022

LOS VELATORIOS

 



Los tanatorios han terminado con el ritual de velar los muertos en casa. Antes era otra cosa. Llegaban los del ocaso —nombre genérico que se daba a todas las empresas de pompas fúnebres—, preparaban al finado, subían el féretro, ponían los velones y te lo dejaban preparado. La familia se encargaba de colocar las sillas para velar al difunto. Y de espantar las moscas.

En otra habitación se reunían conocidos y familiares que alaban al muerto. Siempre era un ser inmejorable, que era una lástima que se fueran los mejores y otras mil frases hechas. Entre esa fauna que discurría por la casa se podía encontrar uno muy particular: un señor de edad incierta, vestido de negro, con bastón y que ponía cara de circunstancias. De vez en cuando exclamaba aquello de «no somos nada». Se acercaba al superviviente le daba un apretón de mano o dos besos —según su sexo— y después de permanecer unos minutos en posición de rezo, se dirigía a la cocina a por el refrigerioLo encontré en varios velatorios de conocidos. Nadie sabía quién era y tampoco se lo preguntaron. Era una figura más. Lo que me dijeron es que, con la llegada de los tanatorios, el pobre hombre murió de pena… y de hambre.