domingo, 5 de diciembre de 2021

JULITO

 

Nunca olvidaré aquella Navidad. Los días previos fueron de mucho ajetreo. Incluso hicimos la cena con todos los niños. Dentro de la campaña de Navidad, solicitamos familias que quieran acoger durante las fiestas a algún niño. Normalmente se van todos, unos a casas particulares y otros, los que están más enfermos al hospital. El personal del centro necesitamos un pequeño y merecido descanso. A partir del día veintidós comienzan a aparecer las familias y a desaparecer los niños. El veintitrés por la mañana acude el hospital a por los enfermos. Mariana controla todo ese ajetreo de peticiones, autorizaciones y demás. Pero ayer, se puso enferma y no vino a trabajar, le encomendaron la tarea a Sonia, la nueva. 

El día veinticuatro el centro estaba vacío. Yo me quedé porque tiene que haber alguien de guardia y ese año me tocó la lotería.

    Recorría los pasillos y las instalaciones del centro con la radio puesta oyendo música en medio de los machacones villancicos. Tenía que cerciorarme de que todo estaba cerrado: puertas, ventanas y llaves de paso de gas y agua. Esa era la rutina antes de cerrar hasta después de Reyes.

Al pasar por la enfermería vi que había una cama deshecha. Algún crío se ha ido sin hacerla. Ya nos encargaremos de él cuando volviéramos. Cerré la puerta y me encaminé hacia el despacho para dejar las llaves, apagar las luces, coger mi chaqueta y cerrar. 

Apenas había recorrido cinco metros cuando escuché unos pasos muy leves que se me iban aproximando lentamente. Enseguida me vino a la mente las historias que habíamos comentado entre los compañeros sobre apariciones y fantasmas en aquella vetusta edificación. Se me erizaron los pelos del cogote y, con más miedo que interés, me volví poco a poco y vi a Julito, el niño con SIDA, con sus manchas en la cara. Parecía un espectro con aquel pijama que le venía enorme. No pesaría más de veinte kilos a sus once años cumplidos. Llevaba la muerte escrita en la cara.  De los ojos hundidos rodeados de ojeras de panda se podía entrever una mirada suplicante. La nueva se había olvidado Julito.

—Por favor, Luis, dile a… —Se detuvo en seco. Parecía que estaba buscando un nombre que no le acudía— dile a alguien que no me dejen aquí solito. 

Le ayudé a vestirse. Llamé casa y dije que pusieran un cubierto más que llevaba a un invitado.