martes, 18 de octubre de 2022

EL SOLO HOMBRE

Llegó el día que en los seres humanos que habitaban aquel mundo inventaron la comida artificial. Ya no necesitaría trabajar las tierras, cuidar del ganado ni padecer las inclemencias del cambiante tiempo atmosférico. Todo se creaba en las fábricas con un compuesto secreto. Esta bonanza hizo que la población aumentara de manera exponencial. El Solo Hombre era el dueño de la fórmula. Para evitar que pueblos extranjeros pudieran robar el secreto, se fortalecieron y blindaron las fronteras. La gran expansión de la población hizo que necesitaran más espacio y ocuparon casi todas las tierras de los alrededores. La dependencia de El Solo Hombre les impedía alejarse. Lo tenían todo. Con el tiempo se limitó el crecimiento de la población, estableciendo el número necesario para vivir con comodidad. Todo su mundo era aquel estado de paz y sin más necesidad que seguir viviendo.

            Cierto día, uno de los habitantes de aquel idílico espacio, encontró un hueco por el que entró y se halló en un lugar diferente. La gente trabajaba los campos, sudaba y reía. Eran felices. Había flores de olores profundos, de colores brillantes. Encontró un objeto que desconocía, de aroma delicioso, dulce y recubierto de una extraña pelusa que le acariciaba. Se lo llevó a la boca. No recordaba haber probado nunca algo tan extraordinario. El jugo se escurrió por la comisura de los labios. Se lo limpió con la manga de su chaqueta gris dejando una marca que perfumaba la prenda después de haber acabado con aquella ambrosía.


             Volvió a su mundo. A la mañana siguiente contó a sus compañeros lo que había visto, oído, saboreado y vivido. Les habló de aquel sitio desconocido lleno de estímulos, feliz y luminoso. Sus compañeros avisaron a los jefes que lo pusieron en conocimiento de El Solo Hombre. No volvieron a saber de él.