IGUALES
Aquel día
iba a ser diferente. Seguro. Había quedado por chat con una chica. Según las
fotos, era una monada. No es que él estuviera mal pero el tema de relaciones
personales lo llevaban de cráneo.
Estudió
ingeniería electrónica y trabajaba desde casa en el diseño y mejora de grandes
proyectos para las agencias espaciales del mundo. Era reconocido como un gran
técnico. Aunque había recibido varios reconocimientos, no acudió a recogerlos.
Después de la
universidad, y tras encontrar trabajo, se escondió en casa de sus padres. Montó
su laboratorio y creció como profesional. Ahora, a los treinta y cuatro años
tenía el prestigio que cualquier ser humano hubiera deseado pero no podía
disfrutar de él.
Desde los cuatro años
arrastraba una tartamudez severa, muy severa, que en principio decían que era
benigna y que fue agravándose con la edad. Acudió a terapias con psicólogos e
incluso curanderos. De aquellas malas experiencias le quedó el regusto amargo
de las épocas en las que fluía casi con normalidad, de las pocas en que creía
que se había curado y después aparecían las recaídas que le mermaban más la
moral.
Recordaba especialmente aquel día que
conoció, por medio del grupo de apoyo, que en la provincia de Toledo había una
curandera que: “te lo quita, seguro”, le dijeron. Y se fue con sus padres.
Llegaron a casa de la señora y trató de explicar su evidente problema. Aquella
mujer le impuso las manos y le dio a beber un brebaje amargo como la retama.
Salió igual que entró pero al cabo de un rato comenzó a notar que ya no
tartamuedaba. ¡Era normal! Como cualquier otro ser humano. No le daba miedo
hablar porque ya no había defecto alguno. Pasaron todo el fin de semana por
allí y el domingo regresaban a su ciudad cuando, nada más pasar la indicación
de Comunitat Valenciana, le volvieron los problemas de manera más violenta que
antes. Ya sabía que nunca, nunca, nunca podría librase de su defecto, por más
que hiciera o lo intentara.
Pero aquel día iba a
ser diferente, estaba seguro, confiado. Había puesto todo su empeño para que
así fuera. Tenía una estrategia, quizá la última, que vio en un cortometraje “Stutterer", de Cleary, ganador
del Óscar de la categoría en el que se trataba su problema y quizá su
solución: si tenía dificultades para comunicarse, se haría el mudo y así no
tendría que hablar con nadie. Ya la había hecho servir en varias ocasiones para
ir de compras. Aprendió signos sencillos y vio cómo la gente se apiadaba de su
mudez. Cosa que no hacían cuando no podía fluir con normalidad. Esa sería su
estrategia: mudo una vez más. Sabía que no tenía problemas cuando no salía la
voz de su garganta aunque moviera lo labios. Así pues intentaría completar su
discurso signando los pensamientos y vocalizándolos sin voz. No podía consentir
que su cita se asustara a la primera de cambio, en cuanto abriera el “buzón”
—como él decía— y quedara evidente que era tartamudo hasta el hartazgo.
Media hora antes de la hora
convenida, con los nervios a flor de piel y con más miedo
que otra cosa, se apostó en el lugar de reunión. Repasó mentalmente todos los
signos que quería hacer. Se los sabía todos y cada uno. Los había ensayado una
y mil veces. La vio acercarse por la acera de enfrente. Era hermosa, pequeñita
y de piel clara. Melena negra rizada y unos ojos preciosos. Quedó prendado. Era
más hermosa en persona que en las fotos que se habían
pasado.
Signó su nombre. ¡Ella le
respondió de igual manera! Increíble. No le había dicho que fuera muda. Vaya
sorpresa. Se dieron dos besos y siguieron hablando con las manos y los ojos
hasta que quedó claro que se le había terminado el repertorio de signos. Se
quedó parado. La miró de frente y sólo fue capaz de articular:
—Soy tartamudo. —Todos
los músculos de su cara se contraían por el esfuerzo. Se llenó de vergüenza y
agachó la cabeza esperando y rogando que cuando la levantara no estuviera allí
aquella monada a la que había intentado engañar.
—Yo también —le
contestó ella no con menos esfuerzo.
Se miraron de frente. Los ojos de
ambos estaban anegados por las lágrimas y les temblaba la barbilla al
unísono.
Se tomaron de la mano y se alejaron
mientras hablaban de sus problemas como sólo lo hacen las
parejas de siempre.
Maravilloso cuento Manuel. Felicitaciones!!!!
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