miércoles, 2 de marzo de 2022

LA PASTORCILLA


La pastorcilla llora junto al río. Es mediodía y su llanto desconsolado le llena de color las mejillas y las lágrimas resbalan desde su hermoso busto hasta el agua, salándola un poquito.

    —¿Por qué lloras, pastorcilla? —se interesa un pichón hermoso.

    —Mi pastorcillo se machó y solita me dejó. Ahora debo de cuidar el rebaño yo solita. En mi casa nadie me esperará y nadie me dirá: te quiero, pastorcilla.

    —¿Por qué se marchó?

    —No lo dijo. Solo se marchó. ¡Y decía que me quería!

    —Te quería, pastorcilla.

    —Mentira. No me quería. Yo a él sí. Y le creí. Por él dejé mi familia y hasta aquí le seguí y ahora se ha marchado sin mí.

    —No te apures, pastorcilla, yo te cuidaré de noche y de día —. Ella lloraba junto al río que se iba tornando de plata.

Sola y triste regresa a la choza que compartía con su pastorcillo. Cuando el sol roza la cumbre, llora en soledad.

    —¿Por qué te has ido, pastor ingrato? ¿Por qué has abandonado a tu pastorcilla? ¿Acaso no sabes que llora sin parar camino de vuestra choza? —decía al viento el  pichón al viento para que se lo hiciera saber.

    La noche cubre con su negro manto el valle, el río y la chocita. El río corriendo veloz y la pastorcilla llorando. De pronto la pastorcilla deja de llorar; esconde su llanto en la noche, su pena en el río y le dice a la fresa brisa, para que se lo diga:

    —¡Tú te lo pierdes! —Y cuando dejó caer su vestido el pichón se hizo hombre.





 

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