La casa de la abuela era un caserón de tres plantas. Durante muchos años se fue cubriendo de hiedras. Había de hoja ancha, de hoja estrecha, verdes, blancas e incluso una de flores moradas que se abrían y se cerraban con el sol. Una hermosura que, sin embargo, daba un poco de miedo. Cuando murió la buena mujer, su hija y única heredera mandó quitar las hiedras. Tras dos meses de trabajo se retiraron miles de quilos de hojas; para los troncos hubo que utilizar motosierras, y tractores para arrancar los tocones. Cuando se vio desnuda, se derrumbó.
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