—¿Está usted seguro?
—Seguro.
—Bien, cuéntemelo otra vez.
—¿Otra vez?
—Si, otra vez.
—Está bien. Serían las cuatro de la mañana. Me desperté para ir al baño. El de mi habitación está estropeado y tuve que ir al de la planta baja. Entonces oí cómo se rompía un cristal y voces, creo que cuatro o cinco, cuchicheaban. Me dio miedo. Me encerré el bañó y busqué algo para defenderme. Solo tenía la escobilla. La así como un hacha. Temía que entrar, pero no entraron. Oí ruidos arriba. Mis hijas gritaban. Después el silencio. Oí a mi mujer pelear a gritos con ellos. Al final volvió el silencio. Al poco rato salieron los malhechores y yo subí a las habitaciones. Toda mi familia estaba muerta.
—Bien, ahora cuéntemelo otra vez y procure que el número de malhechores sea el mismo y que su arma siga siendo la escobilla del váter. Ya no me vele la lima de uñas ni la laca ni la esponja de sus hijas.
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